Soñé con el poder de Dios, no con un poder extraordinario
que emanaba o salía de mi cuerpo sobrenaturalmente, no. Soñé con el poder de
Dios para dejar de temer. En mi sueño sentía el nacía en mí el temor cuando me
enfrentaba a distintas situaciones pero era rápidamente reemplazado por una
sensación de valentía, de poder para testificar.
No era una emoción que
simplemente cubría o reemplazaba a la otra sino que la postrera era mucho más
fuerte y se apoderaba de la primera, absorbiendola. Ese impulso, ese sentimiento de poder era instigado
por el amor hacia Dios, era tal mi pasión por Él que en mi ser y con todo mi
ser decidía que aquello era más fuerte
que el temor que sentía, era tanto más importante el sentido de deber y de
testificar; un heroísmo que salía de lo más profundo de mi ser, dónde el temor
quedaba rezagado, casi olvidado y sólo permanecía en forma de alerta.
Mi amor
por Dios era tan fuerte que no importaba la circunstancia (si de testificar o
de peligro) lo más importante era proclamar la verdad. En ese sueño conocí la
ausencia del temor, impulsado por la pasión y amor verdadero hacia Dios.
Entendí cabalmente por primera vez qué
quiere decir la palabra con “En el perfecto amor no hay temor, porque el amor
echa fuera el temor.” Será éste el denuedo por el cuál oraban tan fervientemente
los grandes apóstoles de antaño? Será que en algún momento podré por gracia
suya llegar a ese estado de ausencia de temor? Creo que sí, Él hará.